Hace
tiempo (mucho) os hablé de este emblemático producto de L’Occitane: la bruma de almohada. Releyendo la entrada que escribí
en su momento me ha venido un golpetazo de nostalgia: la utilizaba con
muchísima frecuencia un año en el que estuve estresadísima por motivos
laborales y, posteriormente, por los preparativos para mi boda (que hay que ver
cómo pasa el tiempo…).
No
llegué a gastar el bote y debido a la disminución de estrés y al aumento del
trabajo junto con los horarios mareantes, dejé de utilizarla porque caía
rendida nada más poner la cabeza en la almohada.
Meses
después me convertí en mamá y tampoco la necesité: dormir se convirtió en un
lujo y los primeros meses me quedaba dormida por los rincones, sin bruma, sin
tila y sin nanas, jajajajaja. No obstante, en la última mudanza, la rescaté del
fondo del mueble del cuarto de baño y se nos ocurrió a mi marido y a mí que lo
mismo ayudaba a relajar un poco al terremotillo de pocos meses que teníamos
durmiendo en la habitación. Dicho y hecho, lo probamos con él y, si bien no es
que cayese como un tronco, funcionaba relativamente bien. Hace un par de veranos hicimos
un viaje a Madrid y olvidé meterla en el neceser, así que ahí que nos fuimos a
comprarla a una boutique de L’Occitane.
¡Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que le habían cambiado el formato y la
fórmula!

Por
tanto, hoy os traigo la comparativa entre la antigua bruma y la nueva. Llevo mucho tiempo con esta entrada pendiente, tanto que, como sabéis, hace ya varios meses que llegó otro bebé que hace que no necesite ni brumas ni nada para dormir, pero aún así aquí está su reseña. ¡Espero
que os guste!